DEL OTRO LADO DEL ESPEJO
Francisco Fenoy
CÓMO ATRAVESAR UN ESPEJO SIN
QUE SE HAGA AÑICOS
Francisco Fenoy es un
“peregrino de aires” que lleva asumida su nostalgia como una esplendorosa
identidad: sólo lo que fue es, y ahí reside lo eterno, afirma en versos de
difícil transparencia, a la vez luminosos y misteriosos como la luz del día:
“En gozosa mirada
la sangre crece y gira y
gira
con esas alas de la
infancia…”
Sólo la infancia dura en el
hombre a quien la vida no ha secado su corazón; y la infancia, tema recurrente
en Francisco Fenoy, logra encaramarse a unos versos grandiosos y sencillos, en
los que a veces se entreteje un encantador diálogo a tres bandas entre ese niño
que no ha muerto jamás, su madre y la vida:
“La luz era la vida misma.
Lo dice el aire de esta
calle y de esta casa;
Época en vivir como una ola
viva.
Limpio de sal y de vinagre
Y colmado de rosa en
síntesis,
sin tope en lenta y firme plática con la madre”.
La hondura de este poeta
andalusí no parece tener límites, a poco que uno se deje seducir por la
resonancia de sus palabras, en apariencia simples, pero en realidad
talismánicas, pues capaces son de hacernos atravesar nuestros propios espejos
sin romperlos ni mancharlos. ¡Qué hermosa capacidad la suya, la de abrirnos las
lejanas fosas de lo que fue para que hallemos en ellas no cadáveres, sino rosas
encendidas y refulgentes!:
“El chico que de azules
levanta su bandera,
le amanece en los labios
engarces de luz nueva,
más allá de la roja, inicial
fantasía”.
Una forma de la melancolía,
sí, pero la más sublime, pues como un faro lejano e inconmovible nos ilumina el
ilusorio presente, donde no suele haber sino desaliento envuelto en sombras:
“Densa llega, sin ruidos,
una íntima sombra…”
Niño en los horrores de la
Guerra Civil, Francisco Fenoy, poeta del equilibrio, consigue limpiar de
aquellos muertos su infancia recobrada, y en ese trabajo de purificación y
generosidad consiste el diamante de su poesía, cuyo brillo no logra empañar el
tiempo. Mucho pasará, y ese diamante continuará incólume, pues sólo lo bello es
lo verdadero, y sólo lo verdadero es bello, y sólo florecerá sin pausa la
palabra bella y verdadera:
“Y seguro de sí captura ese
instante
donde calmo dormita
como profundo centro de
profundo sentido…”
La vida prosigue su
incontrolable andadura, y en este libro espejeante y rumoroso, el poeta nos
relata de perfil su adolescencia madrileña, entre vinos, bailes y amargas decepciones.
Pero sigue siendo el niño de su infancia almeriense quien nos cuenta estas
andanzas de ebriedad y desencanto, de amores pagados y sedes insaciadas:
“Turbios de nube negra,
navegantes
faunos en juegos junto a una
furcia…
…Y ninguno consigue su deseo
en sótano vacío…”
Su biografía es la de toda
aquella generación que acudió a la luz ilusoria de la gran ciudad tras la paz
asesinada de los campos: el gran drama de nuestra historia reciente que todavía
no han abordado como se merece los novelistas y sobre el que los poetas, por lo
general, han pasado de largo. No así Francisco Fenoy, que atraviesa los mil
espejos del olvido para enfrentarnos, en este libro, a una memoria recobrada
que nunca debió ocultarse.
Y nos la presenta con sus
ojos de niño que nunca renunció a serlo.
El libro acaba de modo feliz
y festivo con sus lúbricos recuerdos: desfilan amantes como avatares múltiples
de la diosa que nació de espuma, y nos deja en los ojos lo mejor de la vida:
las luminarias inmarcesibles del placer.
Levanto frente al
Mediterráneo una copa esculpida con la figura de Dionisos, en honor a la poesía
intensa, y purgativa, y sensual, de un autor que ve el mundo con la sabiduría
de la madurez, pero con los ojos eternos de Peter Pan. Salud, compañero, y que
Afrodita siga lamiendo, felizmente, tus heridas.
José León Cano
Y fondeé hacia cosas, así
y fui pasado.
Cesar Vallejo
ASUMIDAS SEÑAS
I
RUFO
EN SU ÚLTIMO BESO
Yo peregrino
de aires y prisionero
de infeliz
fortuna, en viaje de consuelo;
a esta
tierra de gozo, mi último beso.
Sumergido
con estos últimos pasos
de visitante
con aire de prestado,
voy como
nube vieja que acalla saldos.
Olvidado
por estas calles, de nuevo
hurgo las
aventuras de vivos juegos
de savia
verde, que abrían universos.
Nostalgia
transparente que me desvela
mi
cristalino río y ameno me lleva,
a
refrescarme en días de sombras ciegas.
Y gota a
gota, como muda caricia
me deja
vagos tintes sobre mi vida.
A vida de
reposo y me tranquiliza.
Cómo me
atrae éste mi último beso,
que me
despierta al sol jubiloso y recto;
a una paz
con sus chispas para el contento.
RETADOR
El reloj
reflejaba las diez de la noche.
Del Cuartel de
la Guardia Civil
grave va y viene, esa
orden.
Y se apagaron
las luces de todas las casas
y de todas las calles.
Atrancaron
las puertas y
ventanas
por miedo a
lejanía.
Tan solo un peque que
no llega
a cuatro
abriles, hábil da confianza
a sus padres.
Sin que nadie lo vea,
cauto, a su
hora la farsa finaliza:
Ágil,
escurridizo, con alegre deseo
buscando la
salida.
Extraño, solo, hermético
de espalda
contra la pared,
ante la oscura
noche; que al instante
le despliega su intriga y lo
levanta,
al novedoso azul,
de nocturna
subida calma.
Noche en quietud respira
y atento, va creciéndole la
sangre
al contemplar, a un
grupo de hombres
con los puños en
alto: Suspendido momento
de aquilatada noche.
Desvela
este grupo de hombres en sus miradas,
buscar su
tiempo y no su olvido
sin fiebres ya
pasadas.
Una tensión
humana, se suaviza en el aire
y en la mente
del peque
ciegas noches,
en busca inquebrantable.
BURLÓN
Eran noches
amenas al sereno
con
imaginaciones,
que
acariciaban sueños.
De aquellas
apacibles noches,
recuerdo un
tipo tan gracioso
que mostraba
su dicha suelta, de dulces bordes
sobre un
catre; soñando con suspiros sonoros.
Una noche ya
tarde, el gris rayaba y se aconsejan;
menos el bendecido
y un crío inmanejable.
Cuando vienen
los mozos con sus coplas obscenas,
que mudan
con su fresco pase, la noche a fiesta.
Este grupo
de mozos de juerga chispeante,
oyen al
dormilón; y sobrados
cogen el
catre al paso calle
y dormido lo
llevan dando tumbos curvados.
El peque,
ojos grandes casi frescos;
se une a la comitiva
y con burla planeada
se los
dirige, hacia el cementerio.
Y allí dejan
el catre con su mudo fantasma.
Los colegas
perdidos van de risas
y el
pequeño, -infancia sin paredes-
coronado de fiesta, la culmina.
Desvelado,
corrido
entre tumbas
y sombras
campea, y
cae enfermo y confundido.
Pasados unos
días, llama al peque
y agradable
le ofrece afecto;
y crecido da
paso el pequeñuelo.
Conociendo la
amistad el niño para siempre.
RESUELTO
Camina por
la calle y ve la vetusta casa.
Y de nuevo revive su azul acrisolado,
que se
aposenta, desde, su proceder y magia.
La bilis
agria le crecía
en momentos
de quiebra y desamparo,
y tuvo sed
el hombre y cayó en la ceniza.
Y su muda
encamina hacia la propia morada,
y la mujer
se opone y se resiste;
correa en
mano ciego la descarga.
Quebrado en
su niñez, no duda.
Coge un
cuchillo y grita
grave de
furia.
Y colocó el
silencio.
Al paso de
unos días, -fuente de paz-
el padre
deja casa, hacia otros conciertos.
En gozosa
mirada
la sangre,
crece y gira y gira
con esas
alas de la infancia.
Y soñaba,
que todo el Pueblo
veía,
desolado, en ruinas;
sin habitantes.
Y contento
tomada de la
mano y sobre escombros,
conducía a
la madre con vestido de novia
bajo
luciente sol, con ardor afanoso.
La luz era
la vida misma.
Lo dice el
aire de esta calle y de esta casa;
época en
vivir como una ola viva.
Limpio de sal
y de vinagre
y colmado de
rosa en síntesis,
sin tope en
lenta y firme plática con la madre.
Y con amor
azul, habitan los afectos.
Y la imagen
le luce y queda
como figura
afín de paralelo espejo.
PODEROSO
I
Niño
fuguilla, en clase:
lejano como
piedra volandera,
se esfuma;
fluctuante.
Con sueños
de una infancia,
alimentada
en fantasías
de aires,
nubes y fábulas.
Y dio cuerda
al reloj de su tiempo,
ante el
perfil de aquel encanto:
Horizontes,
en luz completos.
Y alarga sus
raíces entre árboles
sobre
pequeñas hojas
y, diminuto
sube leve grande.
Probando el
calorcillo de los huevos
de los nidos,
o el pío pío o el picotear
en sus yemas
al tacto de los dedos.
Un día a una
serpiente la contempla
encaramarse,
sobre un tronco de árbol;
orientada
hacia el nido. Un aire le voltea.
“Lanza y
rocín en sueños.”
Era una fe
erigida en rojo
fácil al
vuelo.
Contra y
frente a las secaneras
contrasta,
distintos lugares
y libre
a los conjuros, crea
los socios
ponderados
con la sed
necesaria,
que le
sirvan de dicha en lo tratado.
Pedazo de
odisea, este niño
que surca
firme, frente
a todo lo
que va contra los nidos.
II
El chico que
de azules levanta su bandera,
le amanece
en los labios engarce de luz nueva,
más allá de
la roja, inicial fantasía.
Con la savia
que anhelan y tensan profundísima,
de su jugo,
se van formando otros vientos;
de los
chicos que olvidan formas y magisterio.
Inquietud de
parientes e, inquietud de maestros,
que centran
como autor a ese rapaz excéntrico,
que
misterioso atrae, y transforma latidos.
Rota la verdad
otra verdad le resplandece
al maestro,
éste manos libres, despeja nieves;
tras una fina
trama tras el cristal del pícaro.
El tutor le
demanda al pretendido hecho
y, reculando
huídas flota: estuve enfermo.
Amor y arena
vuelan en irascible avance.
Y tomándolo
a golpes, tantos que se dijera
que
desemboca, hecho débil ovillo y rueda;
y se sublima
firme grávido como ave.
El
gobernante contra el gris esputa el
código.
Siempre,
siempre la verdad, la verdad ante todo.
Un hilo de
silencio zarandea la clase
cuando fluye
la voz como hielo vidriado,
cara a cara
y a los ojos: Nos tienes descuidados.
En
naufragio su ley: A la escuela no faltes.
Se
vuelven sin palabras, pero la imagen queda
en ambos, a
recuerdos de verdades enteras.
Densa llega,
sin ruidos, una íntima brisa
y un
cometido fuego bate normas en líneas.
III
Como si de
una cita se tratase,
viene el
invierno y luz amarillea
calor a
desafío.
Con la ayuda
de un día reclinado
a poderosa
manta de insistente
nieve, como
testigo.
Y feliz se
levanta predispuesto
con actitud
de norma transpirable,
y oye
extensa voz viva.
Estás loco.
De pie libre, vive,
y avanza por
la calle en rumbo cierto
y entre la
nieve, brilla.
Iba único,
con su verdad firme:
redondo de
universo, entre un Pueblo
constelado
de sombra
justa; y
mira a la clase en su permiso.
Turbio se abre
y la aldaba en ondas férreas
impone una
tras otra.
Un aire
cristaliza las palabras.
Qué quieres.
Chorro en sombra le sonríe:
A la escuela
no faltes.
Como víbora
fría, ahora bajo.
Y se rompió
el espejo en suave nieve
cuando,
entran en clase.
Tangible
como tigre se sostiene
el joven,
pero brilla el sentimiento
y le deja la
plática
que va en
busca de pasos de uno en uno.
Concentración
en luz, que se enciende
a cielo en
la garganta.
Y desnudos
mojados en la música
se baten
como alas, propagándose
atmósfera
dichosa.
Y a tal
fruto, a su tiempo; le traspasa
la clase al
joven. Pluma que le prima
a corriente
gozosa.
Dado al
nuevo crear, nueva docencia
traza y,
acorde predispone conciencias.
ENTRE NUEVAS
Volver a
recordarme nuevamente,
el tajo
hundido en la memoria
en aquella
mañana gris.
Aquí esos cuerpos,
rostros de otras orillas
exhumando su
luna, sobre la arena de la plaza.
Y un pueblo
que se mueve en fascinadas sombras.
Y le atrae
la muerte de estos Huidos,
como una
tierra propia. E impactado a la vez,
un solo le
sacude a un horizonte de unas dunas,
de unas
dunas sin límites. A impotencia rabiosa.
Partieron de
la plaza los cadáveres
con un chico
detrás a sangre sola.
Silencio
detenido vela este chico en su rincón
mirando las
autopsias.
Vaga nube le
irá creciendo
a través de
sus venas gota a gota.
Era un
suspiro de si mismo
el tragar un
hedor que le ahoga.
Y se retira
y aguarda ante la puerta
el final de
un ocaso sin antorcha.
Tras de un
tronco de olivo bebe su último trago.
Mal
compuestas desnudas carnes
sobre una
fosa, junto
a las tapias
del cementerio.
La paz pura
bajo la tierra.
Mientras que
una exhumada luna orea.
Lleno en
sucesos
se conduce,
y depura los detalles:
lastimosas…
cabezas machacadas…
Y un clamor
que interpreta:
Golpes de
culetazos de la Guardia Civil.
Obra,
-acusan- de saña en cuerpos muertos.
Y la gente
sencilla al joven como suyo lo toman.
Oro sobre un
azul, sobre un chico se posa.
SÓLIDO
I
La vivencia
marchita del camino
le conducen
los pasos a interés y, apego
en conocido
panorama.
Donde vuelve
a sentir
la misma luz
y el mismo espacio,
en brillos
destellantes y cambiantes.
Y escucha la
entregada tierra
que brinda
hondo fluido a sed.
Y su memoria
baja fácil a estos montes
de
tempestades y aires nítidos
y, a su fin
contra vientos y mareas.
Una noche,
subido en soltura -como sierpe-
se desliza
en secreto
fuera de
aura nublado.
Con su fe y
rumbo decidido
percibe la
distancia y el tiempo
en venturoso
aire limpio.
Y en viaje,
trocha abajo
en dulce
luna en fiesta plena
pasión y río
bebe.
Y seguro de
sí captura ése instante.
Donde calmo
dormita
como profundo
centro de profundo sentido.
II
Como azogue
en espejo
brillo de
albor en blancas casas, mira.
Trae esfinge
en pupilas
y produce
rumores contrapuestos.
Y le retiene
un grupo
alborotado,
con su
jerarca al frente.
Y el jerarca
con tonos negros
sin límite
en sus formas, finaliza
a un
prohibido que vuelva al campamento.
Poblado de
visiones levantadas
comprende de
su actitud y su poder, y dentro
de si, ríe
salvaje y dulce el niño, y gozaba.
III
Era llegado
a casa.
Se tocan se
comprenden, se armonizan,
y el chico coge su aire a puerta blanca.
Aire que se
reafirma,
y lo explaya
y lo hilvana
de trazos de
belleza a señas líricas.
Y transmite,
que había lavando una mujer
doblada,
como seco tronco.
Que amable y
complacido la saluda.
Y se vuelve con
manos erizadas,
sus manos de
sarmiento y largas uñas.
Medrosa, de
quietud y mudez
regresa a su
quehacer.
Una apacible
agua y propicia, continúa.
Lúcido se
sostiene, no hubo encantamiento.
Hechizado
era el aire y su momento.
Aquella luz
de luna blanca entre quebradas:
sobre
cañones, sobre farallones
y pozas
hondas grandes a modo de gargantas.
No hubo, una
encantada.
Hubo una luz
por guía de toque leve afable.
Aunque la
noche lleva su sentido,
de lobos,
nones; lobos
allá en el
campamento y aquí en el Pueblo.
Fuego por un
instante vuela.
Mezclada ve
su vida a cuanto espera.
II
EN LA CIUDAD
Venturoso
contempla la gran ciudad
y subido se
entona,
porque
concibe claro su horizonte.
Llega con
ese perfil de aura libre.
Trae azul
voto y goza
su corazón
de alegre ofrecimiento.
Entre las
nuevas avenidas,
captura luz
y sombras.
Con sus
mejores armas lo pretende,
hundirse en
sus raíces.
Siente vivo
su pulso.
NUEVAS
AMISTADES
Rebosa luz
de sueños.
Y con hambre
de actuar
haya
imberbes de afín edad.
Coloca sus
opciones
encendidas
en nuevos horizontes,
y acumulan
quimeras.
Y su alegría
crece como dulce ventura
hechizada de
negras voces.
Y los invita
a ser vivos en los reflejos
al
desarrollo del verdor de los instintos.
Y con su
llama y luz en juegos
los conduce
al pretil del viaducto.
Donde calza,
compite y considera.
Y su clave
no muerden no comprenden.
Otro día,
los pone a todos
a cruzar
frente al tren.
Cuando la
vía cruza, se ve solo.
Juego en
duelo sin porvenir.
Benévolo
sonríe.
Sabe de ríos
sin mordientes
y de auras
con lunas lúcidas.
Y a casa los
desplaza como niños nublados.
HALO NEGRO
I
Traían las
cenizas extremadas
de sus
festines. Esos yanquis hijos
de Odín:
Rostros de sangre con monedas
a través de
rapiñas sobre tribus
de no más de
doscientos seres vivos.
Estos hijos
de Odín, altos, rubios;
masticaban
sus chicles como un logro,
de la
cultura de su sangre.
Y en grupos,
por burdeles
se pavonean
con
sus mordientes
injurias.
Y vuelan
humillantes sus cenizas
desde su
gueto de Corea
a un Madrid
provinciano.
Represivo y
coartado
desde la
última Trastamara
al felón
genocida.
Coartado y
represivo desde el Austria,
hasta perder
el humor de abierta carcajada.
Cultura en
halo negro que consume
un chico
como arista inaceptable.
Frente y
contra el espacio
sus alas se
propagan.
II
Camina en
largo ensueño
mientras la
tarde cae hacia la sombra.
De pronto
entre dos luces
una
violencia sobre una gitana,
de los hijos
de Odín.
Impulso
ciego esconde la criatura,
pero tan
hondo y fuerte que maquina
abrir
puertas al horizonte,
de los hijos
de Odín.
Previsto de
un perforador
conduce a la
pandilla.
Y por las
noches, van perforando las ruedas
de los
coches, que tienen los violentos
hijos de
Odín.
Asépticos,
sin alas, uno a uno
calladamente
a pocos días
le abandonan…
y firme continúa.
Llegan las
noches de invierno
con sus
calles oscuras.
Mordido se
resigna
y pone fin.
Cortante en
lucidez abierta
al grupo lo
limita solo a fiestas.
ANIMOSO
Entraba en
esa edad
de jovencito
a hombre a medio hacer.
Y otra
mirada late, otro pulso.
Y olfatea
profunda fuente viva
con el grupo
en la barra de los bares,
entre juegos
de vinos y de humos.
Y se da al
movimiento
creándose un
nuevo mundo.
Entre otros,
de los bailes:
de Revertito
a la Bombilla
de las
Kermes a las Verbenas.
Y va gozoso
como quien
se regala
hacia otros cuerpos
a examen,
firme y necesario.
Y su perfil
se acopla y estimula
por los
cuatro costados.
Donde se
emplea, entre pérdidas y ganancias
como fuego
en aceite.
Y bebía su
luz.
MANUELA VARGAS
I
Por sus
notas o azar queda tocado
por la
lluvia y asimila la cosecha.
Nutrido por
su jugo el hombrecito
ya se viste
y se luce en su camelo
entre
resplandecientes chicas de la academia
o en su
golpeo obseso en la plaza de Santa Ana.
Donde le
atrae el goce feliz junto
con su tribu
en Manuela Vargas.
Sus ojos
negros grandes
lucientes,
emanando luz.
Y tan profundos,
como
de sueños
sin edad.
Con sus cabellos
de azabache
en rizos de
aire cálido.
Allí en la
plaza a modo
de imagen de
una diosa en fuego y llama.
II
Eran
aquellos tiempos, que
recibe su
salario en donde estudia.
Y nervio
puro en sangre o luna
se convida
al tablao,
donde
actuaba Manuela Vargas.
La sala y el
escenario
se quedaron
a oscuras,
menos un
foco en tenue luz.
La bailaora,
como el rayo
se ondea en
culebrinas rítmicas,
sin descanso
sin límites;
ya con su
maldición.
Termina el
baile
y se citan
las luces, la diosa habla:
La solea a
mis cuatro primos Vargas
y a
continuación, con ustedes.
Y se reduce
a mera sombra.
Una diosa o
promesa solo.
Y aburrido
se sale al aire libre.
SE PROYECTA
I
Este
hombrecito a medio hacer
irradia
nuevas humedades.
Y una
noche se va al cerro de la Plata.
Otra noche
conduce al grupo al mismo sitio.
Y despiertan
a carne de carmines.
Uno se queda
a cama fija.
Otro
ardiente y oscuro, dueño breve
bajo el
vacío sótano de su café-bar.
El resto sin
monedas
son
invitados una que otra vez.
Turbios de
nube negra, navegantes
faunos en
juegos junto a una furcia.
En juegos
que colocan a la furcia
en cuatro
platos tan escurridizos
que sin usar
las manos con tan solo
tocarla se
desplaza. Y ninguno
consigue su
deseo, en sótano vacío.
Ebrios de
vino risas o delirios
avanzan por
las calles en una furgoneta
con
tormentosa furcia y con un fauno
en nocturno
paisaje equivocado.
La puerta
abre y con larga coz dañina,
la mujer cae
sobre, asfalto amarillento.
Y un joven
vibra flota en quieto aura.
II
Ese aullido
en la noche
le perfora
le queda
como una
helada huella y yace.
E inoxidable,
quiere propio azul
y busca por
sus venas lleno cielo.
Y el mozo
con negado signo
levanta la
pared, y rompe con el grupo:
Densa escoria
que fluye bajo nombres.
Y proyecta
modela el azul, como
línea con
otra norma en nuevo estatus.
En tanto
ondea el sol con rojos rayos,
amistad con
labor conjuga.
NO SE DUERMEN
LOS RECUERDOS
FABIANO
MANTIENE ANHELOS
Tal vez
mañana, cansado,
como morriña
de tiempos;
sienta las
notas de un tango.
Esa noche
estaré lejos
de licores y
de labios,
de deseos y
deseos,
de deseos y
deseos.
En mi
tristeza de paria
no se
duermen los recuerdos.
En vivencia
soterrada
se mantienen
los anhelos
como un eco
que no pasa:
De licores y
de besos,
de licores y
de besos.
Transcurro
como dormido
y dormido
voy mamando,
trizas del
tiempo perdido
con luz que
en tonos declaro,
como el
mejor de los vinos:
Los licores
y los labios,
los licores
y los labios.
HOLANDESA
Buscando
otros manantiales
sin otro
bien que el bien que venga.
Viví en la
orilla de otra fuente
ganancias de
sexo y ginebra.
Bajo una luz
dichosa y ciega
en aire,
playa y mar benigno,
yace el
sustento en hábil trenza.
.
Un sol de
enorme luz, al gusto
de mi norma
baja y se emplea
a mi favor:
Gayo sonrío,
porque
palpita el juego a fiesta
para la
feliz ocasión.
En agua con
olas que llevan
sueños a
ritmos de fortuna,
de mi
fortuna; y se evidencia
en ganas de
gozo al cortejo
de una
llamativa gacela.
Yo la
levanté… con mi faz
resplandeciente,
a la espinela.
Inflado de
viento y de nube
la dirigí…
como una flecha
hacia el agua,
al ritmo compuesto;
al compuesto
ritmo que llega
mezclado,
como la emoción
que arde en
la llama de una vela.
Allí en el
horizonte juegan
olas que
abiertamente baten
dulces besos
de luz inmensa.
A unos
cien metros de la playa,
entre olas:
busco la fresa
y la
picoteo. Saciado
le quité, el
tanga a la holandesa;
y percibía
el calorcillo
de su
cuerpo, su sangre y entrega.
Me coloqué
sobre su espalda
y abriendo
sus muslos me queda,
unos labios
que se acomodan,
al ritual.
Olas destellan
desnudos,
unidos al goce.
Cosecho luz
en calma extrema.
Y Tetis dichosa, conduce
navegantes de luna y néctar.
INÉS
Me regalo
ecos de vida
y me agito,
me agito en fiesta
bebiendo
erótica alegría.
Erótica en
gracia y figura
tenía Inés,
frágil valía.
Intenso la
subí hacia el monte,
al plano que
la requería;
a que la
aridez de la tierra
y el sol
pleno del mediodía
la hechice,
la hechice a la erótica
de ese
placer que me fascina.
El valle,
magia en luz sentida
a
temperatura de sátiro,
me azulea,
virgen vencida.
A mis pies,
su raíz húmeda.
Y en un
rellano, mis caricias
y sus
caricias se excitaban;
codiciosas y
decididas.
Se posó, tan
atentamente,
que el
ropaje se desprendía.
Yace Inés,
de espalda ofrecida.
Excitación
de los sentidos
altos, como
una hoguera viva.
Versado,
doblo las rodillas
con la
frescura, inflexible
de una
compacta maravilla.
Atraen mis manos
sus nalgas
y el cuerpo
alzo a fantasía.
Una luz
honda prende y gira,
éxtasis que
alaba himeneo
al ritmo
denso de armonía.
Acoplo su
cuerpo a mi cuerpo
dejándola
abierta y precisa.
Y al goce de
ir rasgando pliegues
al tiempo,
sus piernas me fijan
junto a sus
brazos; mi densidad.
Gime,
lagrimea, suspira;
de un manjar
lleno de fortuna:
Esencia de
nuestra medida.
Me regalo
ecos de vida
y me agito,
me agito en fiesta
bebiendo
erótica alegría.
MARI LUZ
Luz y sombra
acogen la cita
bajo el
sauce, junto al pantano.
El sol
centellea lascivia.
Recito la
casada infiel
y a su aire,
la ropa se gira.
Yo puse mi
cuerpo desnudo
sobre su
torso en danza fina.
Acrecentando
mi apetencia
una magia de
una afrodita.
Y a tanto alcanza su deseo
que a su vivo ardor accedía
con gusto, y me absorbe y eleva
como fuego en llamas distintas.
Bajo el sauce, huellas precisas.
Humedades de luz y sombras
en el fulgor del mediodía.
Se agitaban hojas y brisa
sobre la hierba. Mari Luz,
danza de baila en fuente fija.
Alargando manos sensuales
con desenvoltura valía,
encaja a su boca el reclamo
de una
despierta maravilla.
Era el tiempo del surtidor
que su lengua hábil lamía.
Me abre
la maleza y se ofrece.
Yo agitado en la fantasía
de penetrar en el camino,
de entreabierta vulva florida
y ella, en acto de ceremonia
bebe el bálsamo, y queda ida.
Duele semilla sin su cauce.
Densa se levanta una brisa.
MEIGA
Fue en la
noche de San Juan,
junto al
pantano, con la Meiga
y su
queimada de conjuras.
Cuando esta
pócima queme
nuestras
gargantas, todo muda.
Concluidos
de los males, libres
de
embrujamientos, Meiga apunta.
Y a su
encanto encendía al gozo
la hoguera,
la hoguera que puja
a la
fecundidad del macho
y de la
hembra, con que disfrutan
junto a la
queimada, del otro
lado del
espejo; y nos purgan
y nos abren
a los placeres,
bajo el
resplandor de la luna.
La bebida,
el baile, la música.
Llenos,
ganados al solsticio:
Surge la
magia que nos aúna.
Faunos
sobres arenas y aguas,
surgidos con
brisas oscuras
se persiguen
y favorecen;
exaltados
por la lujuria.
Yo intenso
con la seducción
del capricho
y del rapto, en busca
de una
Proserpina radiante;
y ágil
sortee hacia esa fruta
en noche
subida en desear,
a
desenlace en la aventura.
Entonada con
los placeres
la feliz
Meiga se entrecruza.
Magnetizado
me perdí
como nave
tras una brújula,
enervante ya
de lascivia
y esclavo de
propia fortuna.
La Meiga,
libre con el goce
me entregó
la adorable gruta.
Y la cubrí de
luz y ensueño
a la misma
viciosa bruja.
Tan cedida y
devuelta estuvo
que con sus
anillos me arrulla.
Compartimos
ínsulas. Y una
melodía que
permanece
en la tierna
ola desnuda.
IRENE
A licencioso
activo huerto
con manzana
teñida en miel,
inapelable,
voy prisionero.
Como el de
Irene, honda luz
que radiaba
signos abiertos.
Yo con los
días, bajo síntomas
agudos que
devoran sexo;
tuve en
Irene, beneplácito
carnal y
fosca de sucesos.
Tan
disipada, ágil y libre
de sombras
secretas en cielo
abierto; que
emergía en ánimo
renovada, de
lleno en lleno.
Noches cerradas
de lascivia
me limpiaron
de sangre y hueso.
Más no
olvido sus hechos bufos.
Bufos,
contrabufos, enredos;
en ese
planeta que anima
a su cuerpo,
a sapos y besos.
Bufos y
contrabufos. Hilos
en tela de
araña. Ni acepto
ni acepté,
sus varios colores,
de cal y
arena en mis recuerdos.
Ya entre los
tabiques de casa
o en
hoteles, con sus deseos
en ir
transmitiendo sonidos
extremados,
oscuros, densos.
Que apuntaban
a media luz
ansiedades
que vierten duelos:
Náufragos en
camas y sábanas
como
ardientes frutos de anhelos,
y al toque
de falo pujante,
ceñimos paso
a paso el miembro;
removiéndolo,
al gozo vida.
Al gozo
vida de aire ciego
a su término,
me bloquea;
fijando
número en teléfono.
Comunicada
con la voz
de su
cónyuge, bufa dentro;
multiplicando
sus delirios.
Éxtasis, que
toman asiento
y, de
frenesí languidece.
Cicuta
viscosa contemplo
en pálido
rostro insensible,
insensible
frío poseso.
Una y otra
vez centellean
cenizas, con
sus devaneos.
Retorna
identidad y giro
como rayo,
que le hurtan suelo.
ZULIMA
Me vienen aquellas
imágenes
de la
ninfómana Zulima.
Sones agudos,
inflexibles
y excitantes;
se conducían
sin
descanso. Ávidos, como
en nube y
río sin salida.
Y tratando
de ahuyentar, sones
agudos, de
firme divisa:
La besé con
todo mi alcance,
hasta en su
centro de delicias.
Con la saña
de un libertino
me regodee
en su valía.
Ella,
ventajosa en placeres
y larga en
gozos, se convida.
Un sudado de
olor a hembra
remojan las
carnes y brillan.
Previsible
para el delirio
la sometí
con mi lascivia.
Por el azul
de los lugares
que el
templo de Venus cubría.
Y a cada
vibración de goce,
-éxtasis
luminoso a dicha-
culebreando
iba de espasmos
semejantes a
cruz o pila.
Prodigiosa
con el exceso
se ahogó de
sangre y ceniza.
Pero no
bastó mi universo
a esta
criatura poseída.
Y ante el
temor de su dolencia
dejé ese río
de polilla.
A la vez que
me daba bola
con la
tienta nube vacía
al punto, un
cielo sin cristales
me iba
latiendo nueva vida.
FABIANO
Nada, hay
más hermoso que una hermosa
cuando sutil
despliega interesante
su hechizo,
adonde anima, incesante
al gusto
virgen, ciego a la mimosa.
Representaba
a Venus, en capciosa
astucia de
lascivia, excitante.
Me ofrece
dulce brega y, enervante
su sexo,
-brasa oscura- ardiente acosa.
Mi nido a
sus espasmos, feliz era.
Lujuria
desatada iba creciendo
y se excede.
Mi fuego se hizo hoguera
en sádica
dichosa. ¡Oh! rendida,
grité… tu
sangre mía… Ingiriendo
con ardor
todo el fluido de la vida.
FIN.
AÑO 2013.
Correo-e:
franfenoy@yahoo.es