domingo, 18 de enero de 2015

POEMARIO: DEL OTRO LADO DEL ESPEJO

                                         







DEL OTRO LADO DEL ESPEJO

Francisco Fenoy































CÓMO ATRAVESAR UN ESPEJO SIN QUE SE HAGA AÑICOS

Francisco Fenoy es un “peregrino de aires” que lleva asumida su nostalgia como una esplendorosa identidad: sólo lo que fue es, y ahí reside lo eterno, afirma en versos de difícil transparencia, a la vez luminosos y misteriosos como la luz del día:

“En gozosa mirada
la sangre crece y gira y gira
con esas alas de la infancia…”

Sólo la infancia dura en el hombre a quien la vida no ha secado su corazón; y la infancia, tema recurrente en Francisco Fenoy, logra encaramarse a unos versos grandiosos y sencillos, en los que a veces se entreteje un encantador diálogo a tres bandas entre ese niño que no ha muerto jamás, su madre y la vida:

“La luz era la vida misma.
Lo dice el aire de esta calle y de esta casa;
Época en vivir como una ola viva.
Limpio de sal y de vinagre
Y colmado de rosa en síntesis,
sin tope en lenta y firme plática con la madre”.

La hondura de este poeta andalusí no parece tener límites, a poco que uno se deje seducir por la resonancia de sus palabras, en apariencia simples, pero en realidad talismánicas, pues capaces son de hacernos atravesar nuestros propios espejos sin romperlos ni mancharlos. ¡Qué hermosa capacidad la suya, la de abrirnos las lejanas fosas de lo que fue para que hallemos en ellas no cadáveres, sino rosas encendidas y refulgentes!:

“El chico que de azules levanta su bandera,
le amanece en los labios engarces de luz nueva,
más allá de la roja, inicial fantasía”.

Una forma de la melancolía, sí, pero la más sublime, pues como un faro lejano e inconmovible nos ilumina el ilusorio presente, donde no suele haber sino desaliento envuelto en sombras:

“Densa llega, sin ruidos, una íntima sombra…”

Niño en los horrores de la Guerra Civil, Francisco Fenoy, poeta del equilibrio, consigue limpiar de aquellos muertos su infancia recobrada, y en ese trabajo de purificación y generosidad consiste el diamante de su poesía, cuyo brillo no logra empañar el tiempo. Mucho pasará, y ese diamante continuará incólume, pues sólo lo bello es lo verdadero, y sólo lo verdadero es bello, y sólo florecerá sin pausa la palabra bella y verdadera:

“Y seguro de sí captura ese instante
donde calmo dormita
como profundo centro de profundo sentido…”

La vida prosigue su incontrolable andadura, y en este libro espejeante y rumoroso, el poeta nos relata de perfil su adolescencia madrileña, entre vinos, bailes y amargas decepciones. Pero sigue siendo el niño de su infancia almeriense quien nos cuenta estas andanzas de ebriedad y desencanto, de amores pagados y sedes insaciadas:

“Turbios de nube negra, navegantes
faunos en juegos junto a una furcia…
…Y ninguno consigue su deseo
en sótano vacío…”

Su biografía es la de toda aquella generación que acudió a la luz ilusoria de la gran ciudad tras la paz asesinada de los campos: el gran drama de nuestra historia reciente que todavía no han abordado como se merece los novelistas y sobre el que los poetas, por lo general, han pasado de largo. No así Francisco Fenoy, que atraviesa los mil espejos del olvido para enfrentarnos, en este libro, a una memoria recobrada que nunca debió ocultarse.

Y nos la presenta con sus ojos de niño que nunca renunció a serlo.

El libro acaba de modo feliz y festivo con sus lúbricos recuerdos: desfilan amantes como avatares múltiples de la diosa que nació de espuma, y nos deja en los ojos lo mejor de la vida: las luminarias inmarcesibles del placer.

Levanto frente al Mediterráneo una copa esculpida con la figura de Dionisos, en honor a la poesía intensa, y purgativa, y sensual, de un autor que ve el mundo con la sabiduría de la madurez, pero con los ojos eternos de Peter Pan. Salud, compañero, y que Afrodita siga lamiendo, felizmente, tus heridas.

José León Cano




                  









                     Y fondeé hacia cosas, así
y fui pasado.

 Cesar Vallejo











































ASUMIDAS SEÑAS





























                                          








                               I






























                                           

                                            RUFO EN SU ÚLTIMO BESO

Yo peregrino de aires y prisionero
de infeliz fortuna, en viaje de consuelo;
a esta tierra de gozo, mi último beso.

Sumergido con estos últimos pasos
de visitante con aire de prestado,
voy como nube vieja que acalla saldos.

                                      Olvidado por estas calles, de nuevo
hurgo las aventuras de vivos juegos
de savia verde, que abrían universos.

                                      Nostalgia transparente que me desvela
mi cristalino río y ameno me lleva,
a refrescarme en días de sombras ciegas.

Y gota a gota, como muda caricia
me deja vagos tintes sobre mi vida.
A vida de reposo y me tranquiliza.

Cómo me atrae éste mi último beso,
que me despierta al sol jubiloso y recto;
a una paz con sus chispas para el contento.















                                                
                                                    RETADOR

                               El reloj reflejaba las diez de la noche.
                               Del Cuartel de la Guardia Civil
                                 grave va y viene, esa orden.

                                 Y se apagaron
                                 las luces de todas las casas
                                 y de todas las calles. Atrancaron
                                 las puertas y ventanas
                                 por miedo a lejanía.
                                 
                                Tan solo un peque que no llega
                                 a cuatro abriles, hábil da confianza
                                 a sus padres. Sin que nadie lo vea,
                                 cauto, a su hora la farsa finaliza:
                                 Ágil, escurridizo, con alegre deseo
                                 buscando la salida.

                                 Extraño, solo, hermético
                                 de espalda contra la pared,
                                 ante la oscura noche; que al instante
                                 le despliega su intriga y lo levanta, 
                                 al novedoso azul,
                                 de nocturna subida calma.

                                 Noche en quietud respira
                                 y atento, va creciéndole la sangre
                                 al contemplar, a un grupo de hombres
                                 con los puños en alto: Suspendido momento
                                 de aquilatada noche.
                                 Desvela este grupo de hombres en sus miradas,
                                 buscar su tiempo y no su olvido
                                 sin fiebres ya pasadas.

                                 Una tensión humana, se suaviza en el aire
                                 y en la mente del peque
                                 ciegas noches, en busca inquebrantable.
                                           
                                      
                                            BURLÓN

Eran noches amenas al sereno
con imaginaciones,
que acariciaban sueños.

De aquellas apacibles noches,
recuerdo un tipo tan gracioso
que mostraba su dicha suelta, de dulces bordes
sobre un catre; soñando con suspiros sonoros.

Una noche ya tarde, el gris rayaba y se aconsejan;
menos el bendecido y un crío inmanejable.
Cuando vienen los mozos con sus coplas obscenas,
que mudan con su fresco pase, la noche a fiesta.

Este grupo de mozos de juerga chispeante,
oyen al dormilón; y sobrados
cogen el catre al paso calle
y dormido lo llevan dando tumbos curvados.

El peque, ojos grandes casi frescos;
se une a la comitiva y con burla planeada
se los dirige, hacia el cementerio.
Y allí dejan el catre con su mudo fantasma.

Los colegas perdidos van de risas
y el pequeño, -infancia sin paredes-
                               coronado de fiesta, la culmina.

Desvelado, corrido
entre tumbas y sombras
campea, y cae enfermo y confundido.

Pasados unos días, llama al peque
y agradable le ofrece afecto;
y crecido da paso el pequeñuelo.
                               Conociendo la amistad el niño para siempre.

                                                           RESUELTO
                                                                                                      
Camina por la calle y ve la vetusta casa.
 Y de nuevo revive su azul acrisolado,
que se aposenta, desde, su proceder y magia.

La bilis agria le crecía
en momentos de quiebra y desamparo,
y tuvo sed el hombre y cayó en la ceniza.
Y su muda encamina hacia la propia morada,
y la mujer se opone y se resiste;
correa en mano ciego la descarga.

Quebrado en su niñez, no duda.
Coge un cuchillo y grita
grave de furia.
Y colocó el silencio.
Al paso de unos días, -fuente de paz-
el padre deja casa, hacia otros conciertos.

En gozosa mirada
la sangre, crece y gira y gira
con esas alas de la infancia.
Y soñaba, que todo el Pueblo
veía, desolado, en ruinas;
sin habitantes. Y contento
tomada de la mano y sobre escombros,
conducía a la madre con vestido de novia
bajo luciente sol, con ardor afanoso.  

La luz era la vida misma.
Lo dice el aire de esta calle y de esta casa;
época en vivir como una ola viva.
Limpio de sal y de vinagre
y colmado de rosa en síntesis,
sin tope en lenta y firme plática con la madre.

Y con amor azul, habitan los afectos.
Y la imagen le luce y queda
como figura afín de paralelo espejo.
                                                   
                                                    PODEROSO
                     
                       I

Niño fuguilla, en clase:
lejano como piedra volandera,
se esfuma; fluctuante.
Con sueños de una infancia,
alimentada en fantasías
de aires, nubes y fábulas.
Y dio cuerda al reloj de su tiempo,
ante el perfil de aquel encanto:
Horizontes, en luz completos.

Y alarga sus raíces entre árboles
sobre pequeñas hojas
y, diminuto sube leve grande.
Probando el calorcillo de los huevos
de los nidos, o el pío pío o el picotear
en sus yemas al tacto de los dedos.

Un día a una serpiente la contempla
encaramarse, sobre un tronco de árbol;
orientada hacia el nido. Un aire le voltea.
“Lanza y rocín en sueños.”
Era una fe erigida en rojo
fácil al vuelo.

Contra y frente a las secaneras
contrasta, distintos lugares
                                       y libre a los conjuros, crea
los socios ponderados
con la sed necesaria,
que le sirvan de dicha en lo tratado.

Pedazo de odisea, este niño
que surca firme, frente
a todo lo que va contra los nidos.


                            II

El chico que de azules levanta su bandera,
le amanece en los labios engarce de luz nueva,
más allá de la roja, inicial fantasía.

Con la savia que anhelan y tensan profundísima,
de su jugo, se van  formando otros vientos;
de los chicos que olvidan formas y magisterio.

Inquietud de parientes e, inquietud de maestros,
que centran como autor a ese rapaz excéntrico,
que misterioso atrae,  y transforma latidos.

Rota la verdad otra verdad le resplandece
al maestro, éste manos libres, despeja nieves;
tras una fina trama tras el cristal del pícaro.

El tutor le demanda  al pretendido hecho
y, reculando huídas flota: estuve enfermo.
Amor y arena vuelan en irascible avance.
Y tomándolo a golpes, tantos que se dijera
que desemboca, hecho débil ovillo y rueda;
y se sublima firme grávido como ave.

El gobernante contra  el gris esputa el código.
Siempre, siempre la verdad, la verdad ante todo.

Un hilo de silencio zarandea la clase
cuando fluye la voz como hielo vidriado,
cara a cara y a los ojos: Nos tienes descuidados.
                                      En naufragio su ley: A la escuela no faltes.

                                      Se vuelven sin palabras, pero la imagen queda
en ambos, a recuerdos de verdades enteras.
Densa llega, sin ruidos, una íntima brisa
                                      y un cometido fuego bate normas en líneas.

                    

                      III

Como si de una cita se tratase,
viene el invierno y luz amarillea
calor a desafío.
Con la ayuda de un día reclinado
a poderosa manta de insistente
nieve, como testigo.

Y feliz se levanta predispuesto
con actitud de norma transpirable,
y oye extensa voz viva.
Estás loco. De pie libre, vive,
y avanza por la calle en rumbo cierto
y entre la nieve, brilla.

Iba único, con su verdad firme:
redondo de universo, entre un Pueblo
constelado de sombra
justa; y mira a la clase en su permiso.
Turbio se abre y la aldaba en ondas férreas
impone una tras otra.

Un aire cristaliza las palabras.
Qué quieres. Chorro en sombra le sonríe:
A la escuela no faltes.
Como víbora fría, ahora bajo.
Y se rompió el espejo en suave nieve
cuando, entran en clase.

Tangible como tigre se sostiene
el joven, pero brilla el sentimiento
y le deja la plática
que va en busca de pasos de uno en uno.
Concentración en luz, que se enciende
a cielo en la garganta.

Y desnudos mojados en la música
se baten como alas, propagándose
atmósfera dichosa.
Y a tal fruto, a su tiempo; le traspasa
la clase al joven. Pluma que le prima
a corriente gozosa.

Dado al nuevo crear, nueva docencia
traza y, acorde predispone conciencias.

































                                                 ENTRE NUEVAS

Volver a recordarme nuevamente,
el tajo hundido en la memoria
en aquella mañana gris.

Aquí esos cuerpos, rostros de otras  orillas
exhumando su luna, sobre la arena de la plaza.
Y un pueblo que se mueve en fascinadas sombras.
Y le atrae la muerte de estos Huidos,
como una tierra propia. E impactado a la vez,
un solo le sacude a un horizonte de unas dunas,
de unas dunas sin límites. A impotencia rabiosa.

Partieron de la plaza los cadáveres
con un chico detrás a sangre sola.
Silencio detenido vela este chico en su rincón
mirando las autopsias.
Vaga nube le irá creciendo
a través de sus venas gota a gota.
                                  Era un suspiro de si mismo
el tragar un hedor que le ahoga.
Y se retira y aguarda ante la puerta
el final de un ocaso sin antorcha.
Tras de un tronco de olivo bebe su último trago.
Mal compuestas desnudas carnes
sobre una fosa, junto
a las tapias del cementerio.
La paz pura bajo la tierra.
Mientras que una exhumada luna orea.

Lleno en sucesos
se conduce, y depura los detalles:
lastimosas… cabezas machacadas…
Y un clamor que interpreta:
Golpes de culetazos de la Guardia Civil.
Obra, -acusan- de saña en cuerpos muertos.
                                  Y la gente sencilla al joven como suyo lo toman.
                                 
                                  Oro sobre un azul, sobre un chico se posa.
                   SÓLIDO

                           I

La vivencia marchita del camino
le conducen los pasos a interés y, apego
en conocido panorama.  
Donde vuelve a sentir
la misma luz y el mismo espacio,
en brillos destellantes y cambiantes.
Y escucha la entregada tierra
que brinda hondo fluido a sed.

Y su memoria baja fácil a estos montes
de tempestades y aires nítidos
y, a su fin contra vientos y mareas.

Una noche, subido en soltura -como sierpe-
se desliza en secreto
fuera de aura nublado.
Con su fe y rumbo decidido
percibe la distancia y el tiempo
en venturoso aire limpio.
Y en viaje, trocha abajo
en dulce luna en fiesta plena
pasión y río bebe.
Y seguro de sí captura ése instante.
                                  Donde calmo dormita
como profundo centro de profundo sentido.






                                    




                   II

Como azogue en espejo
brillo de albor en blancas casas, mira.
Trae esfinge en pupilas
y produce rumores contrapuestos.

Y le retiene
un grupo alborotado,
con su jerarca al frente.
Y el jerarca con tonos negros
sin límite en sus formas, finaliza
a un prohibido que vuelva al campamento.

Poblado de visiones levantadas
comprende de su actitud y su poder, y dentro
de si, ríe salvaje y dulce el niño, y gozaba.























                 III

Era llegado a casa.
Se tocan se comprenden, se armonizan,
 y el chico coge su aire a puerta blanca.
Aire que se reafirma,
y lo explaya y lo hilvana
de trazos de belleza a señas líricas.

Y transmite, que había lavando una mujer
doblada, como seco tronco.
Que amable y complacido la saluda.
Y se vuelve con manos erizadas,
sus manos de sarmiento y largas uñas.
Medrosa, de quietud y mudez
regresa a su quehacer.
Una apacible agua y propicia, continúa.

Lúcido se sostiene, no hubo encantamiento.
Hechizado era el aire y su momento.
Aquella luz de luna blanca entre quebradas:
sobre cañones, sobre farallones
y pozas hondas grandes a modo de gargantas.
No hubo, una encantada.
Hubo una luz por guía de toque leve afable.

Aunque la noche lleva su sentido,
de lobos, nones; lobos
allá en el campamento y aquí en el Pueblo.

Fuego por un instante vuela.
Mezclada ve su vida a cuanto espera.








             










               II




























                 EN LA CIUDAD

Venturoso contempla la gran ciudad
y subido se entona,
porque concibe claro su horizonte.

Llega con ese perfil de aura libre.
Trae azul voto y goza
su corazón de alegre ofrecimiento.

Entre las nuevas avenidas,
captura luz y sombras.
                                     
                                      Con sus mejores armas lo pretende,
hundirse en sus raíces.

Siente vivo su pulso.























                                        
                                       NUEVAS AMISTADES

Rebosa luz de sueños.
Y con hambre de actuar
haya imberbes de afín edad.

Coloca sus opciones
encendidas en nuevos horizontes,
y acumulan quimeras.
Y su alegría crece como dulce ventura
hechizada de negras voces.

Y los invita a ser vivos en los reflejos
al desarrollo del verdor de los instintos.

Y con su llama y luz en juegos
los conduce al pretil del viaducto.
Donde calza, compite y considera.
Y su clave no muerden no comprenden.

Otro día, los pone a todos
a cruzar frente al tren.
Cuando la vía cruza, se ve solo.
Juego en duelo sin porvenir.

Benévolo sonríe.
Sabe de ríos sin mordientes
y de auras con lunas lúcidas.
Y a casa los desplaza como niños nublados.











           
            HALO NEGRO

                       I

Traían las cenizas extremadas
de sus festines. Esos yanquis hijos
de Odín: Rostros de sangre con monedas
a través de rapiñas sobre tribus
de no más de doscientos seres vivos.

Estos hijos de Odín, altos, rubios;
masticaban sus chicles como un logro,
de la cultura de su sangre.

Y en grupos, por burdeles
se pavonean con  
sus mordientes injurias.
                                       Y vuelan humillantes sus cenizas
desde su gueto de Corea
a un Madrid provinciano.
Represivo y coartado
                                      desde la última Trastamara
al felón genocida.
Coartado y represivo desde el Austria,
hasta perder el humor de abierta carcajada.

Cultura en halo negro que consume
un chico como arista inaceptable.
Frente y contra el espacio
sus alas se propagan.










                    II

Camina en largo ensueño
mientras la tarde cae hacia la sombra.
De pronto entre dos luces
una violencia sobre una gitana,
de los hijos de Odín.

Impulso ciego esconde la criatura,
pero tan hondo y fuerte que maquina
abrir puertas al horizonte,
de los hijos de Odín.

Previsto de un perforador
conduce a la pandilla.
Y por las noches, van perforando las ruedas
de los coches, que tienen los violentos
hijos de Odín.

Asépticos, sin alas, uno a uno
calladamente a pocos días
le abandonan… y firme continúa.
Llegan las noches de invierno
con sus calles oscuras.
Mordido se resigna
y pone fin.

Cortante en lucidez abierta
al grupo lo limita solo a fiestas.









                                                  
                                                ANIMOSO

Entraba en esa edad
de jovencito a hombre a medio hacer.
Y otra mirada late, otro pulso.

Y olfatea profunda fuente viva
con el grupo en la barra de los bares,
entre juegos de vinos y de humos.

Y se da al movimiento
creándose un nuevo mundo.
Entre otros, de los bailes:
de Revertito a la Bombilla
de las Kermes a las Verbenas.
Y va gozoso como quien
se regala hacia otros cuerpos
a examen, firme y necesario.

Y su perfil se acopla y estimula
por los cuatro costados.
Donde se emplea, entre pérdidas y ganancias
como fuego en aceite.

Y bebía su luz.














         
            MANUELA VARGAS

                           I

Por sus notas o azar queda tocado
por la lluvia y asimila la cosecha.
Nutrido por su jugo el hombrecito
ya se viste y se luce en su camelo
entre resplandecientes chicas de la academia
o en su golpeo obseso en la plaza de Santa Ana.
Donde le atrae el goce feliz junto
con su tribu en Manuela Vargas.

Sus ojos negros grandes
lucientes, emanando luz.
                                      Y tan profundos, como  
                                      de sueños sin edad.
                                      Con sus cabellos de azabache
en rizos de aire cálido.
Allí en la plaza a modo  
de imagen de una diosa en fuego y llama.



















                            II

Eran aquellos tiempos, que
recibe su salario en donde estudia.

Y nervio puro en sangre o luna
se convida al tablao,
donde actuaba Manuela Vargas.

La sala y el escenario
se quedaron a oscuras,
menos un foco en tenue luz.
La bailaora, como el rayo
se ondea en culebrinas rítmicas,
sin descanso sin límites;
ya con su maldición.

Termina el baile
y se citan las luces, la diosa habla:
La solea a mis cuatro primos Vargas
y a continuación, con ustedes.
Y se reduce a mera sombra.

Una diosa o promesa solo.
Y aburrido se sale al aire libre.  

















          SE PROYECTA

                      I

Este hombrecito a medio hacer
irradia nuevas humedades.
                                      Y una noche se va al cerro de la Plata.
Otra noche conduce al grupo al mismo sitio.
Y despiertan a carne de carmines.

Uno se queda a cama fija.
Otro ardiente y oscuro, dueño breve
bajo el vacío sótano de su café-bar.
El resto sin monedas
son invitados una que otra vez.

Turbios de nube negra, navegantes
faunos en juegos junto a una furcia.
En juegos que colocan a la furcia
en cuatro platos tan escurridizos
que sin usar las manos con tan solo
tocarla se desplaza. Y ninguno
consigue su deseo, en sótano vacío.

Ebrios de vino risas o delirios
avanzan por las calles en una furgoneta
con tormentosa furcia y con un fauno
en nocturno paisaje equivocado.
La puerta abre y con larga coz dañina,
la mujer cae sobre, asfalto amarillento.

Y un joven vibra flota en quieto aura.






                 II

Ese aullido en la noche
le perfora le queda
como una helada huella y yace.

E inoxidable, quiere propio azul
y busca por sus venas lleno cielo.
Y el mozo con negado signo
levanta la pared,  y rompe con el grupo:
Densa escoria que fluye bajo nombres.

Y proyecta modela el azul, como
línea con otra norma en nuevo estatus.

En tanto ondea el sol con rojos rayos,
amistad con labor conjuga.








                                 


                                    




                                     

















                                 NO SE DUERMEN LOS RECUERDOS











                                                





                                


                                  


                                  


                              


                                 FABIANO MANTIENE ANHELOS

Tal vez mañana, cansado,
como morriña de tiempos;
sienta las notas de un tango.
Esa noche estaré lejos
de licores y de labios,
de deseos y deseos,
de deseos y deseos.

En mi tristeza de paria
no se duermen los recuerdos.
En vivencia soterrada
se mantienen los anhelos
como un eco que no pasa:
De licores y de besos,
de licores y de besos.

Transcurro como dormido
y dormido voy mamando,
trizas del tiempo perdido
con luz que en tonos declaro,
como el mejor de los vinos:
Los licores y los labios,
los licores y los labios.   

                                                 











                                                   HOLANDESA

                                       Buscando otros manantiales
sin otro bien que el bien que venga.
Viví en la orilla de otra fuente
ganancias de sexo y ginebra.

Bajo una luz dichosa y ciega
en aire, playa y mar benigno,
yace el sustento en hábil trenza.
.
                                      Un sol de enorme luz, al gusto
de mi norma baja y se emplea
a mi favor: Gayo sonrío,
porque palpita el juego a fiesta
para la feliz ocasión.
En agua con olas que llevan
sueños a ritmos de fortuna,
de mi fortuna; y se evidencia
en ganas de gozo al cortejo
de una llamativa gacela.
Yo la levanté… con mi faz
resplandeciente, a la espinela.
Inflado de viento y de nube
la dirigí… como una flecha
hacia el agua, al ritmo compuesto;
al compuesto ritmo que llega
mezclado, como la emoción
que arde en la llama de una vela.

Allí en el horizonte juegan
olas que abiertamente baten
dulces besos de luz inmensa.

                                      A unos cien metros de la playa,
entre olas: busco la fresa
y la picoteo. Saciado
le quité, el tanga a la holandesa;
y percibía el calorcillo
de su cuerpo, su sangre y entrega.
Me coloqué sobre su espalda
y abriendo sus muslos me queda,
unos labios que se acomodan,  
al ritual.
                    Olas destellan
desnudos, unidos al goce.

Cosecho luz en calma extrema.
 Y Tetis dichosa, conduce
 navegantes de luna y néctar.



























                                                    
                                                  
                                                 

                                                             
                                                        INÉS

Me regalo ecos de vida
y me agito, me agito en fiesta
bebiendo erótica alegría.

Erótica en gracia y figura
tenía Inés, frágil valía.
Intenso la subí hacia el monte,
al plano que la requería;
a que la aridez de la tierra
y el sol pleno del mediodía
la hechice, la hechice a la erótica
de ese placer que me fascina.

El valle, magia en luz sentida
a temperatura de sátiro,
me azulea, virgen vencida.

A mis pies, su raíz húmeda.
Y en un rellano, mis caricias
y sus caricias se excitaban;
codiciosas y decididas.
Se posó, tan atentamente,
que el ropaje se desprendía.

Yace Inés, de espalda ofrecida.
Excitación de los sentidos
altos, como una hoguera viva.

                                      Versado, doblo las rodillas
con la frescura, inflexible
de una compacta maravilla.
Atraen mis manos sus nalgas
y el cuerpo alzo a fantasía.

Una luz honda prende y gira,
éxtasis que alaba himeneo
al ritmo denso de armonía.

Acoplo su cuerpo a mi cuerpo
dejándola abierta y precisa.
Y al goce de ir rasgando pliegues
al tiempo, sus piernas me fijan
junto a sus brazos; mi densidad.
Gime, lagrimea, suspira;
de un manjar lleno de fortuna:
Esencia de nuestra medida.

Me regalo ecos de vida
y me agito, me agito en fiesta
bebiendo erótica alegría.
      

























                                                   MARI LUZ

Luz y sombra acogen la cita
bajo el sauce, junto al pantano.
El sol centellea lascivia.

Recito la casada infiel
y a su aire, la ropa se gira.
Yo puse mi cuerpo desnudo
sobre su torso en danza fina.
Acrecentando mi apetencia
una magia de una afrodita.
Y a tanto alcanza su deseo
que a su vivo ardor accedía
con gusto, y me absorbe y eleva
como fuego en llamas distintas.

Bajo el sauce, huellas precisas.
Humedades de luz y sombras
en el fulgor del mediodía.

Se agitaban hojas y brisa
sobre la hierba. Mari Luz,
danza de baila en fuente fija.
Alargando manos sensuales
con desenvoltura valía,
encaja a su boca el reclamo
                                      de una despierta maravilla.
Era el tiempo del surtidor
que su lengua hábil lamía.
                                     
                                      Me abre la maleza y se ofrece.
Yo agitado en la fantasía
de penetrar en el camino,
de entreabierta vulva florida
y ella, en acto de ceremonia
bebe el bálsamo, y queda ida.

Duele semilla sin su cauce.
Densa se levanta una brisa.
                                                     MEIGA

Fue en la noche de San Juan,
junto al pantano, con la Meiga
y su queimada de conjuras.

Cuando esta pócima queme
nuestras gargantas, todo muda.
Concluidos de los males, libres
de embrujamientos, Meiga apunta.
Y a su encanto encendía al gozo
la hoguera, la hoguera que puja
a la fecundidad del macho
y de la hembra, con que disfrutan
junto a la queimada, del otro
lado del espejo; y nos purgan
y nos abren a los placeres,
bajo el resplandor de la luna.

La bebida, el baile, la música.
Llenos, ganados al solsticio:
Surge la magia que nos aúna.

Faunos sobres arenas y aguas,
surgidos con brisas oscuras
se persiguen y favorecen;
exaltados por la lujuria.
Yo intenso con la seducción
del capricho y del rapto, en busca
de una Proserpina radiante;
y ágil sortee hacia esa fruta
en noche subida en desear,
                                      a desenlace en la aventura.

Entonada con los placeres
la feliz Meiga se entrecruza.
Magnetizado me perdí
como nave tras una brújula,
enervante ya de lascivia
y esclavo de propia fortuna.
La Meiga, libre con el goce
me entregó la adorable gruta.
Y la cubrí de luz y ensueño
a la misma viciosa bruja.
Tan cedida y devuelta estuvo
que con sus anillos me arrulla.

Compartimos ínsulas. Y una
melodía que permanece
en la tierna ola desnuda.






























                 IRENE

A licencioso activo huerto
con manzana teñida en miel,
inapelable, voy prisionero.
Como el de Irene, honda luz
que radiaba signos abiertos.
Yo con los días, bajo síntomas
agudos que devoran sexo;
tuve en Irene, beneplácito
carnal y fosca de sucesos.
Tan disipada, ágil y libre
de sombras secretas en cielo
abierto; que emergía en ánimo
renovada, de lleno en lleno.

Noches cerradas de lascivia
me limpiaron de sangre y hueso.

Más no olvido sus hechos bufos.
Bufos, contrabufos, enredos;
en ese planeta que anima
a su cuerpo, a sapos y besos.
Bufos y contrabufos. Hilos
en tela de araña. Ni acepto
ni acepté, sus varios colores,
de cal y arena en mis recuerdos.
Ya entre los tabiques de casa
o en hoteles, con sus deseos
en ir transmitiendo sonidos
extremados, oscuros, densos.
Que apuntaban a media luz
ansiedades que vierten duelos:

Náufragos en camas y sábanas
como ardientes frutos de anhelos,
y al toque de falo pujante,
ceñimos paso a paso el miembro;
removiéndolo, al gozo vida.
                                      Al gozo vida de aire ciego
a su término, me bloquea;
                                      fijando número en teléfono.
Comunicada con la voz
de su cónyuge, bufa dentro;
multiplicando sus delirios.
Éxtasis, que toman asiento
y, de frenesí languidece.
Cicuta viscosa contemplo
                                      en pálido rostro insensible,
                                      insensible frío poseso.

Una y otra vez centellean
cenizas, con sus devaneos.
Retorna identidad y giro
como rayo, que le hurtan suelo.
                                                    
                                         



                                                     




















                                                         ZULIMA

Me vienen aquellas imágenes
de la ninfómana Zulima.
Sones agudos, inflexibles
y excitantes; se conducían
sin descanso. Ávidos, como
en nube y río sin salida.

Y tratando de ahuyentar, sones
agudos, de firme divisa:
La besé con todo mi alcance,
hasta en su centro de delicias.
Con la saña de un libertino
me regodee en su valía.
Ella, ventajosa en placeres
y larga en gozos, se convida.

Un sudado de olor a hembra
remojan las carnes y brillan.
Previsible para el delirio
la sometí con mi lascivia.
Por el azul de los lugares
que el templo de Venus cubría.
Y a cada vibración de goce,
-éxtasis luminoso a dicha-
culebreando iba de espasmos
semejantes a cruz o pila.
Prodigiosa con el exceso
se ahogó de sangre y ceniza.

Pero no bastó mi universo
a esta criatura poseída.
Y ante el temor de su dolencia
dejé ese río de polilla.
A la vez que me daba bola
con la tienta nube vacía
al punto, un cielo sin cristales
me iba latiendo nueva vida.

                                                             FABIANO
Nada, hay más hermoso que una hermosa
cuando sutil despliega interesante
su hechizo, adonde anima, incesante
al gusto virgen, ciego a la mimosa.

Representaba a Venus, en capciosa
astucia de lascivia, excitante.
Me ofrece dulce brega y, enervante
su sexo, -brasa oscura- ardiente acosa.

Mi nido a sus espasmos, feliz era.
Lujuria desatada iba creciendo
y se excede. Mi fuego se hizo hoguera

en sádica dichosa. ¡Oh! rendida,
grité… tu sangre mía… Ingiriendo
con ardor todo el fluido de la vida.

FIN.
AÑO 2013.

Correo-e: franfenoy@yahoo.es